El 24 de Septiembre de 2021 participé en el 1er Foro Internacional sobre Manejo y aprovechamiento de residuos sólidos y generación de empleos verdes, evento organizado por el Instituto Distrital para la Economía Social IPES, al cual fui delegado por la Rectoría de la Universidad Externado de Colombia, a cuya Facultad de Ciencias Sociales y Humanas estoy vinculado en el Área de Conflicto y Dinámica Social.
(Coincidió esa fecha con el centenario del nacimiento de Paulo Freire, quien tanto ha infuido en quienes de una u otra manera nos relacionamos con la educación popular)
Me correspondió hacer la intervención del cierre del evento con la lectura del texto siguiente:
Conciencia y experiencia de ser testigos y actores de un Cambio de Era
Para cuando el 11 de Marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud declaró la existencia de una pandemia generada por el Covid-19, desde mucho tiempo antes, en distintos escenarios del mundo, se venían formulando preguntas sobre qué nuevas consecuencias tendría para el planeta -y en particular para la especie humana- ese proceso que ya se reconocía como una crisis climática, concepto que va mucho más allá de los conceptos de cambio climático y calentamiento global.
Y también para entonces, ya se entendía que la crisis climática es la manera como el sistema inmunológico de ese organismo vivo -con capacidad de autorregulación- que es el planeta Tierra, se venía activando, como se activa nuestro propio sistema inmunológico cuando genera fiebre para enfrentar la amenaza de un agente externo.
Ver "Particularidades de un desastre" - Abril 5, 2020
En este caso la amenaza es la
manera como durante décadas, pero especialmente desde el auge de la llamada
Revolución Industrial, los humanos hemos entendido y llevado a cabo el llamado
“desarrollo”, impulsado principalmente por combustibles fósiles, y cuyo
objetivo ha sido incrementar sin límites la capacidad de nuestra especie para
dominar el planeta e imponerle a la Naturaleza las prioridades humanas. O más
precisamente: las prioridades de quienes -sin importar a nombre de qué ideología
lo ejerzan- tienen en sus manos el poder económico y a partir de allí el poder
político, y la capacidad de tomar decisiones que esos poderes les otorgan.
Ninguna especie posee
intrínsecamente la condición de plaga, pero cualquier especie se puede
convertir en plaga cuando desaparecen los denominados controles
ecosistémicos, que son expresiones de esa ya mencionada capacidad de
autoorganización y que, como su nombre lo indica, controlan la población y en
muchos casos los comportamientos de las distintas especies que existen en un
ecosistema, para evitar que se conviertan en plagas.
En el lenguaje coloquial se
hablaba -o se habla- de “enemigos naturales”, cuando en realidad se trata de
eso: de mecanismos que garantizan la existencia de la llamada retroalimentación
negativa en los ecosistemas, que cumplen la función de los termostatos en
los calentadores de agua, que cuando detectan que el agua ha llegado a una temperatura
predeterminada, interrumpen la entrada de energía para que el agua sólo se
caliente hasta ahí. Eso impide que estalle el sistema.
Pero en este caso, la manera
como nuestra especie ha entendido el desarrollo, no solamente ha bloqueado ese
termostato que garantiza la retroalimentación negativa, sino que lo ha
convertido en uno que a medida que detecta que el agua se calienta más, hace
que ingrese más y más energía al sistema para que se siga calentando todavía
más. Esto es lo que en termodinámica se denomina retroalimentación positiva y
es lo que en la Naturaleza determina que, por ejemplo, un organismo tropical se
convierta en huracán.
Como nuestra especie acabó con
casi todos sus enemigos naturales (resalto el casi) y como
fuimos incapaces de sustituir esos controles ecosistémicos por una ética
bio-eco-céntrica que nos permitiera reconocer las interdependencias entre todos
los seres vivos que conformamos ese sistema de sistemas que se llama la
Biósfera, nos convertimos en plaga. Pero el sistema de autorregulación de la
Tierra sigue funcionando y generó fiebre para deshacerse de esa amenaza que lo
está afectando. A los efectos concatenados de esa fiebre le damos el nombre de
crisis climática. Resalté el casi porque desde hace mucho tiempo se
sabía y advertía que en el multidiverso universo de los microrganismos,
sobreviven y evolucionan todavía los únicos “enemigos naturales” que el ser
humano no ha podido vencer.
Entrevista que Víctor Mallarino tuvo la gentileza de hacerme para su programa Sapiens en Agosto 2019
Cada vez existen más evidencias de que las mutaciones del coronavirus que dieron lugar a esta pandemia y que siguen apareciendo a medida que la inteligencia del virus lo hace coevolucionar, están directamente relacionadas con la invasión metastásica de las costras urbanas sobre ecosistemas estratégicos para la Biosfera, y con la manera como hemos destruido los hábitats de miles de especies animales, o como, de diferentes maneras, hemos conducido a esas especies hacia la extinción y hemos obligado a los virus a mutar para adaptarse a nuevos hospederos, dentro de los cuales el ser humano ha resultado ser el mejor vector desde el nivel planetario hasta el local.
Con frecuencia oímos decir que
“hay que salvar el planeta”, pero el planeta se está salvando solo, prueba de
lo cual es, precisamente, la activación de su sistema inmunológico para
deshacerse de la plaga.
En consecuencia nuestro desafío no es salvar el planeta, que se está salvando solo, sino salvar la posibilidad de que esa especie humana a la cual pertenecemos, siga formando parte de la Tierra. Porque vale la pena. Porque cada integrante de la especie humana es el resultado de eso que llamo La Berraquera de la Vida -The Brave Stubborrness of Life- que ha permitido que en aproximadamente 4 mil millones de años, hayamos podido coevolucionar desde los primeros seres unicelulares que aparecieron en la Tierra -y más exactamente en el Agua de la Tierra- hasta que aparecimos los seres humanos.
Nuestro desafío es seguir
formando parte de la Tierra para lo cual obligatoriamente debemos dejar de ser
una plaga. El llamado “desarrollo sostenible” no se puede quedar en un listado
de buenas intenciones, ni en un discurso diplomático, ni en una declaración
publicitaria, sino que debe entenderse y llevarse a cabo de manera efectiva y
debe traducirse, en un plazo realista, en cambios profundos a la que conocemos
como “civilización”.
En este evento que nos reúne
hoy, se han presentado cifras y argumentos que demuestran cómo, en la práctica,
la producción de residuos se ha convertido en un Indicador de “éxito” de la
economía y del desarrollo. En la primera presentación de ayer, la doctora Martha
Triana, Subdirectora de Formación y Empleabilidad del IPES, nos compartió
cifras según las cuales, de acuerdo con el DANE, la población de Colombia en
2018 era de 48’258.494 personas, de la
cuales 7’181.469 habitábamos en ese momento en Bogotá, y ese año generamos
6.368 toneladas mensuales de residuos sólidos (aproximadamente 194 mil
toneladas mensuales), lo cual arroja un promedio cercano a 1 kilo diario de
residuos por persona.
Esas cifras confirman la relación directa que hoy existe
entre incremento del PIB y generación de residuos sólidos que se quedan sin
reutilizar y de otras formas de contaminación.
Otras
cifras del DANE indican que
Para el 2018 la oferta de residuos sólidos y
productos residuales derivados de los procesos de producción, consumo y
acumulación ascendió a 24,85 millones de toneladas, dentro de las cuales el
86,0% correspondió a residuos sólidos, y el 14,0% a productos residuales. El
comportamiento de la oferta para 2018 muestra un crecimiento de 5,5% con
relación al año anterior, explicado por un incremento de 8,6% en la oferta
generada por los hogares (11,64 millones de toneladas) y una contribución de
3,9 puntos porcentuales, sobre la variación total.
[Ese mismo año] la generación per cápita de residuos sólidos y productos residuales fue de 515 kilogramos. El indicador presentó un crecimiento de 3,7%, con relación al año anterior [y se] se generaron 29.111 toneladas de residuos sólidos y productos residuales por cada billón del PIB. El indicador presentó un crecimiento de 2,9% frente al año anterior, explicado por el crecimiento de 5,5% en la generación de residuos y de 2,5% en el PIB.
A lo anterior debemos sumarle el
aporte que diariamente hacemos desde Bogotá, la principal ciudad de la cuenca
del río Magdalena, en términos de aguas servidas que van a dar a ese río, y de
allí al mar Caribe; y el aporte de emisiones de gases de efecto invernadero que
contribuyen a incrementar la Crisis Climática y que, sobre todo, aumentan la
condición de isla de Calor Urbano que tiene nuestra ciudad.
Coincidencialmente hace dos
días la Organización Mundial de la Salud divulgó un informe en el
cual da a conocer los datos siguientes, e informa que ha reducido los límites máximos
dentro de los cuales la concentración de determinadas sustancias en la
atmósfera se considera aceptable para la salud humana.
Afirma la Organización que “en 2016,
el 91% de la población vivía en lugares donde no se respetaban las Directrices
de la OMS sobre la calidad del aire” y que “según estimaciones de 2016, la
contaminación atmosférica en las ciudades y zonas rurales de todo el mundo
provoca cada año 4,2 millones de defunciones prematuras.
Así mismo, el Instituto Nacional de Salud ha confirmado que la contaminación del aire constituye la principal causa de IRA (Infecciones Respiratorias Agudas) en Colombia, y que a finales de 2019 fueron “la quinta causa de mortalidad en población general y se ubica entre las tres primeras causas en menores de cinco años”.
Todos estos son argumentos que refuerzan la convicción de que
es ineludible generar una transformación profunda de este modelo de desarrollo
basado en el extractivismo en sus diferentes formas (una evidentes, otras no),
y que a medida que “progresa” cada vez genera un mayor detrimento ambiental y
empeora las condiciones de las cuales depende una buena salud ambiental,
colectiva e individual.
La educación al servicio de
una profunda transformación
No dudo en comparar este
Cambio de Era del cual los seres humanos somos testigos y actores, con la
situación que se generó hace 66 millones de años cuando un aerolito se estrelló
contra la Tierra y provocó una cantidad de cambios ambientales que condujeron los
dinosaurios a la extinción.
La Tierra nunca volverá a esa
llamada “normalidad” de la cual formamos parte hasta marzo del año pasado. Sea
esta la oportunidad para insistir en que hay que cambiar la pregunta sobre
“¿Cómo será la Tierra cuando salgamos de esta situación?”, por la afirmación-decisión-acción
sobre cómo pensamos que debe ser, y a qué nos comprometemos como integrantes de
la especie humana para contribuir a esos cambios profundos en el modelo de
“civilización”
Agradezco que se me haya
permitido compartir estas reflexiones en este escenario, porque me genera
esperanza en que estos Virus de Vida -estas Esporas de Esporanza, como los he
llamado en otros escenarios- caiga en vectores que los ayuden a difundir.
Tengo la convicción de que ese
proceso que llamamos “Educación” (que no comienza solamente cuando nos empezamos
a gestar en el vientre materno, sino que, como proceso colectivo, viene desde
muchas generaciones y desde muchas otras crisis y logros atrás), se tiene que
transformar profundamente a partir de lo que en el título de esta charla
denominé la “Conciencia y experiencia de ser testigos y actores de un Cambio de
Era”.
Por supuesto en ese proceso la
institución Universidad tiene un papel muy importante que cumplir, e incluye la
transformación de los perfiles profesionales -y sobre todo “vitales”- de todas
las personas que egresen con un título de pregrado o de posgrado de la
Educación Superior. La Universidad debe incluso influir de manera efectiva -de
múltiples maneras efectivas- para que el resto de niveles del proceso educativo
formal, comenzando por el preescolar, se transformen también; como también
puede y debe incidir sobre los contenidos y los medios de la educación popular
y no formal.
Tenemos la obligación
ineludible de convertir el desastre en escuela.
Desde hace varias décadas se
viene insistiendo en “La necesidad inevitable de una recesión planificada”. La Universidad debe
comenzar a formar sin dilaciones a los y las profesionales de todas las
carreras, para que sean capaces de inspirar, planificar y gestionar ese
proceso, teniendo como objetivo la
generación de condiciones que propicien la paz con la Naturaleza y la paz entre
los seres humanos, cada una pre-requisito de la otra.
Por supuesto a mi me preocupa el Covid, pero en la lista de preocupaciones hay otras para las cuales no existen vacunas ni medidas de bioseguridad:
1. El desplome del Estado de Derecho
2. La corrupción estimulada y garantizada por la impunidad
3. El incremento de violaciones a los Derechos Humanos, que incluyen el asesinato sistemático de líderes sociales, ambientalistas y excombatientes que confiaron en el Acuerdo de Paz
4. Los desplazamientos también sistemáticos de comunidades
5. El impacto creciente de la crisis climática con todas las amenazas que se derivan de allí, y la evidencia de que muchas de las estrategias que se proponen para conjurarla, sean más de lo que la produjo
6. La probabilidad de que, como sucedió en el siglo pasado, la estrategia para “superar” una depresión económica, sea una Guerra Mundial [en versión actualizada al día de hoy].
Pensándolo bien, no retiro pero sí relativizo mi afirmación, de que para esas otras dimensiones interrelacionadas que alimentan la crisis actual, no existen vacunas ni medidas de bioseguridad, porque si bien no existen hoy, muy seguramente desde la educación se podrán desarrollar poniendo a volar en bandada y convirtiendo en políticas públicas -en maneras de Ser- esos que en prospectiva se denominan Gérmenes de Futuro y que están presentes a todo lo largo y ancho del territorio nacional.
Ver la presentación "Del Deber de la Esperanza a la Obligación del Milagro", aquí el día que la compartí en un evento convocado por Planeta Paz
En
días recientes, en el marco del proceso de actualización de la Política de
Investigación que se está llevando a cabo en el Externado de Colombia, a cuya
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas estoy adscrito, tuve oportunidad de compartir
estas reflexiones y propuestas:
·
Esta crisis está relativizando todos los saberes, obligando a cuestionar
paradigmas, forzando a reinterpretar procesos a partir de estas realidades que
se expresan fractálmente y que cambian con una enorme rapidez. Lo observamos en
ciencias que hoy son de primera importancia como la epidemiología, para la cual
todos los días surgen nuevos interrogantes como consecuencia de la inteligencia
evolutiva del virus... Y qué decir de las ciencias ambientales frente a la
Crisis Climática. Y por supuesto, de las Ciencias Sociales, hoy cuando de una u
otra manera todas las ciencias son sociales.
Es indispensable, en consecuencia, fortalecer los diálogos de saberes, horizontales, respetuosos, que partan, como pre-requisito, de los diálogos de ignorancias, a través de los cuales cada actor del diálogo sea capaz de reconocer sus vacíos y de aportar sus conocimientos, para construir de manera conjunta los nuevos enfoques y el nuevo conocimiento que permita interpretar e interactuar con la nueva realidad de este planeta en que se está convirtiendo la Tierra como resultado de esta crisis compleja e irreversible.
Con nuestra siempre presente Maestra, Lucero Zamudio, conversamos mucho sobre la que en ese momento llamamos "Universidad para la alta montaña", entendiendo por tal a una Universidad que vaya a los territorios y que construya sus programas, sus metodologías, sus leguajes, sus sistemas de "admisión" y de evaluación, en diálogo permanente entre los actores académicos y los actores de cada territorio... y no solo con los actores humanos sino también con los no humanos: el Agua, los ecosistemas, el clima, los mitos a través de los cuales las comunidades ancestrales se comunican con los territorios y entienden de qué manera la Naturaleza misma los ha venido "ordenando".
Es importante avanzar en el compromiso de que como resultado de cualquier investigación que se lleve a cabo -como resultado de la simbiosis investigador/investigado- todas las partes resulten fortalecidas; más capaces de participar de manera efectiva en los procesos en los cuales se toman las decisiones que de una u otra manera van a afectar sus vidas, sus territorios, y a las siguientes generaciones... Si un territorio, una comunidad, queda fortalecida como resultado de una investigación en la cual yo he participado, yo mismo quedo fortalecido en términos de mi transformación personal. Esto, por supuesto, está inspirado en lo que nos enseñó el Maestro Orlando Fals Borda sobre el sentido y la práctica de la Investigación-Acción Participativa.
Me atrevo a proponer que el énfasis no sea tanto en formar estudiantes "en competencias", sino en FORMAR EN CONVIVENCIAS: en el desarrollo de habilidades para la simbiosis, para las alianzas de la cuales depende la posibilidad de que podamos contribuir a generar un nuevo modelo civilizatorio que propicie -como dije antes- la Paz con la Naturaleza y la Paz entre los Seres Humanos (cada una pre-requisito de la otra... y ambas cada vez más ausentes en Colombia).
Por último, sea esta
la oportunidad y el espacio para retomar esta propuesta: que toda persona que
vaya a obtener su cédula en Bogotá, o que se vaya a graduar en cualquier área,
en una Universidad pública o privada con sede en Bogotá, además de los
requisitos académicos y administrativos habituales, deba presentar tres
constancias:
- La de que conoce el
Parque Chingaza y/o el Páramo de Sumapaz
- La de que conoce el
Relleno Doña Juana
Esas tres constancias certificarán que esa persona efectivamente es
consciente de todo lo que representan esos tres hitos para este territorio que,
a través de una Universidad, la está declarando como Idónea para ejercer una
profesión. De que todo espacio en donde la ejerza, se convertirá en un “empleo
verde”.
Todo lo que se ha compartido en este evento apoya la importancia que tiene el Relleno Doña Juana como aula ambiental y como evidencia de la huella que estamos dejando de nuestro paso por la Tierra… Y de qué es lo que queremos y debemos transformar a partir de nuestra transformación humana, personal y profesional.
Muchas gracias
Gustavo Wilches-Chaux
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