Este artículo se escribió para el suplemento CALEIDOSCOPIO - Suplemento de economía cooperativa y solidaria #17" del periódico "Desde Abajo", en el cual fue publicado
Octubre 20 de 2017
La raíz
Coinciden quienes
estudian la etimología de las palabras, en que “Solidaridad
viene del adjetivo latino solidus,
solida, solidum que significa sólido, macizo, consistente,
completo, entero. También real, seguro, sin vanos artificios, firme. Y del
verbo latino solido, solidas,
solidare, solidaui, solidatum, que significa consolidar, dar solidez,
asegurar, endurecer, soldar.”
De acuerdo con el
diccionario, soldar significa “Pegar y unir sólidamente dos cosas, o dos
partes de una misma cosa, normalmente con alguna sustancia igual o semejante a
ellas.”
En el caso de la
relación entre el ambiente y los seres humanos (vistos como especie, como
individuos o como comunidad), la solidaridad no consiste tanto en hacer algo nuevo, sino en reconocer lo que es un hecho y actuar de conformidad. No es pegar y unir sino reconocer que ya somos-estamos indisolublemente unidos y pegados.
O como lo decía hace varias décadas el inolvidable lema del “Grupo Ecológico
del Cauca”, que “Nosotros somos la otra
mitad del medio ambiente”.
Sistemas e interdependencias
La solidaridad,
entonces, es actuar coherentemente con la convicción de que los humanos
formamos parte de ese tejido de interdependencias
condicionantes que se denomina biosfera y que, a su vez, está estrechamente
interconectada con los demás sistemas (que no “capas”) de la Tierra: la
atmósfera (aire), la hidrósfera (agua), la criósfera (hielo), la litósfera o
geósfera (rocas)… y también la noosfera (“Conjunto
de seres inteligentes del planeta” según Vernadski, primer formulador de
este concepto que después desarrolló Theilhard de Chardin), y la infosfera, de
la cual habló por primera vez Alvin Toffler, y que hoy se materializa en la
internet.
Yo me atrevo a
añadir la magnetosfera (surgida de la interacción entre el magnetismo terrestre
y el viento solar), a este listado de sistemas concatenados (encadenados entre sí) que de alguna
manera determina las condiciones de existencia de todos y cada uno de los demás
sistemas y, en consecuencia, del planeta en su conjunto y de todos los seres
que formamos parte de él.
En cada territorio
y en cada ser humano confluyen todos estos sistemas concatenados: bien sabido
es que somos el resultado de la interacción permanente entre dinámicas
naturales y dinámicas culturales; resultado al cual se le puede aplicar ese
adjetivo latino solidus, solida, solidum que, como indicamos en el
primer párrafo, significa sólido, macizo,
consistente, completo, entero. Entendiendo lo de sólido y macizo no en el
sentido de su cohesión o estructura material, sino de la consistencia de su
significado en términos de los procesos que han conducido a que la Tierra y las
sociedades humanas seamos como somos hoy.
La solidaridad como “valor” y el valor de la solidaridad
Reconocemos la
solidaridad como un valor, pero
cuando voy a buscar en el diccionario el significado de valor, no encuentro
ninguna que me satisfaga a cabalidad. Ni siquiera la primera, de acuerdo con la
cual valor es “el grado de utilidad o aptitud
de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o
deleite”.
Digo que, en
cuanto hace referencia a la solidaridad -y a otros valores como la
reciprocidad, la equidad o la identidad- no me agrada esta definición (ni mucho
menos todas las que abordan la palabra desde una óptica predominantemente
económica).
Y no me agrada
porque solamente se le reconoce valor a algún ser, en la medida en que
satisface las necesidades de alguien humano, pero no porque ese ser sea valioso
por el mero hecho de existir.
Esta es una
expresión de la ética antropocéntrica que mira al mundo, al Cosmos entero, no
solo desde la óptica humana (lo cual sería lógico), sino desde los intereses
particulares y por lo general exclusivos de nuestra especie: lo que no es útil para los seres humanos
carece de valor y por tanto no tiene razón ni derecho a existir.
Muchos pensadores
vienen insistiendo en la necesidad de dar el salto desde esa ética
antropocéntrica, hacia una ética bio-ecocéntrica que reconozca que todos los
seres vivos compartimos este planeta, y que por el mero hecho de existir poseemos una dignidad. Incluimos también
a los seres que, como el agua convencionalmente no se suelen reconocer como
vivos, pero que forman parte esencial de la Vida en la Tierra.
Creo firmemente
que, así como hoy nos avergonzamos de una ética etnocéntrica que hasta no hace
mucho tiempo orientó -o desorientó fatalmente- a la humanidad, una ética según la
cual solamente una raza tenía derechos, incluyendo el de disponer de la vida y el
destino de otras etnias, así en un futuro ojalá no lejano, la vergüenza por la
manera como nuestra especie viene sacrificando la dignidad y la existencia
misma de otros seres vivos, formará parte del consenso general.
La semilla de la
ética bio-ecocéntrica ya está sembrada y no solo ya germinó, sino que está
comenzando a dar frutos en los movimientos animalistas y en el movimiento
ambientalista en general. La encíclica Laudato Si’ basada en el pensamiento
bio-céntrico de San Francisco de Asís, también apunta en esa dirección.
El planeta Tierra,
por su parte y de manera cada vez más explícita, está tomando medidas para
ajustar sus sistemas concatenados para responder a la manera puramente
antropocéntrica como la especie humana se ha venido relacionando con ella. Eso
se expresa en el llamado “cambio climático”. O sea que, por las buenas o por
las malas, si nuestra especie quiere permanecer en este planeta, esa ética
antropocéntrica predominante tendrá que evolucionar.
De la solidaridad hacia una nueva identidad fractal [1]
La solidaridad, al contrario,
por ejemplo, de la caridad (que es vertical), es una relación horizontal entre
seres interdependientes. Su ejercicio puede hacerse válidamente desde lo que
podría parecer una intencionalidad egoísta: Hoy
por ti, mañana por mí. O más exactamente: Todo lo que haga por tu bien, lo hago también por mi bien. Todo lo que
te dañe a ti, me daña también a mí.
Evado por ahora el
debate sobre el significado de los
valores [2], para mencionar que ese actuar de
manera coherente con lo que significa la solidaridad, nos conduce a otros
valores esenciales como la responsabilidad
(ser plenamente conscientes de las consecuencias actuales y potenciales de
nuestras decisiones u omisiones y de nuestra manera de actuar); y nos conduce también
a la consolidación de una nueva identidad.
Identidad solidaria-responsable
con el territorio del cual formo parte (desde mi entorno más inmediato hasta el
planeta Tierra).
Identidad y solidaridad “de reino”, que me hace
sentir y actuar de manera coherente con la convicción de que yo también soy un
animal.
Identidad y solidaridad de género con el género humano y con el género del cual, biológicamente o
por elección personal, cada cual es parte y expresión. Sin olvidar, por
ejemplo, que el éxito en la relación
de una pareja heterosexual depende de que la mujer interior del hombre esté enamorada
del hombre interior de la mujer… y viceversa. En el ambiente y en cada ser humano está presente,
en muchas formas, el Yin-Yang.
Solidaridad
responsable y autocrítica con lo que soy, que es el resultado de la confluencia
de todo eso que me otorga mi identidad
fractal: terrícola, humano, americano, suramericano, colombiano, caucano, popayanejo y, desde hace casi
dos décadas, parte activa de este territorio llamado Bogotá.
La necesidad de recuperar los sentidos olvidados
Lograr ese
sentimiento de unidad, esa identidad fractal, exige que despertemos los
sentidos que tenemos ahí, pero que se han olvidado y atrofiado porque durante
muchas generaciones no los volvimos a usar.
Sentidos como la intuición, a la cual por esa estupidez
máxima que es el machismo, renunciamos los hombres y se la dejamos
exclusivamente a la mujer.
O como la empatía y la compasión, o sea, la
capacidad de sintonizarnos para compartir la pasión con los demás
seres que forman parte de esa misma unidad.
Solidaridad-identidad con los que
sufren, sean humanos o no.
Y también el don de alegrarnos con los que gozan,
como los árboles cuando llueve tras varios días sin llover, o las aves cuando
cantan para celebrar el amanecer.
Tenemos que
aprender, entonces, a desarrollar nuevas sensibilidades y más profundas y más
efectivas formas de comunicación, con seres no humanos… pero también entre los
seres humanos, cada vez más afectados por ese grave error de confundir la
indigestión por exceso de información, con una verdadera comunicación.
Identidad-Solidaridad-Responsabilidad actual e intergeneracional,
como expresión de la conciencia de que las decisiones que tomemos ahora van a
generar consecuencias felices o desastrosas para las generaciones actuales y
para las que nos van a heredar.
Comparto la idea
de que somos protagonistas de una crisis
civilizatoria sin precedentes. Y de que, para encontrarle salidas
constructivas, que fortalezcan la Vida, necesitamos transformar profundamente
nuestra forma de ser, de actuar y de pensar.
En otras palabras,
en la teoría y en la acción, y en todo nivel fractal, debemos redefinir el
significado de HUMANIDAD.
Bogotá, Octubre 12 de 2017
[1] La fractalidad es esa propiedad en virtud de la cual la Naturaleza de alguna manera se repite a sí misma a medida que cambia de escala. Ver aquí
[2] También lo evado porque soy consciente
de todas las infamias que se han cometido y se siguen cometiendo, supuestamente
“en defensa de los valores”. Ese tema es para abordarlo en otra oportunidad.