¿Qué hace que nuestra especie -en otros aspectos prodigiosa- sea hoy la peor de cuantas plagas han existido desde la aparición de la Vida en la Tierra?
A contestar esa pregunta le dediqué un libro entero "De nuestros deberes para con la vida" Editorial El Buho, Bogotá 2008), pero para resumir, digamos que si bien la cantidad de personas que hoy habitamos la Tierra (7.000 millones en este año, de los cuales 46 millones estamos en Colombia) contribuye a nuestra condición de "plaga", esa no es ni de lejos, la razón fundamental.
Somos plaga, esencialmente, por el impacto que ejerce nuestra especie sobre el planeta y sobre los ecosistemas y demás seres vivos que forman parte de él. Somos plaga por la manera voraz como concebimos y llevamos a cabo el "desarrollo" y como entendemos el "progreso". Y somos plaga porque nos hemos inventado un discurso hipócrita para negarnos a nosotros mismos nuestra condición de "plaga", y para echarles la culpa a otras especies de nuestra irresponsabilidad.
En medio de las múltiples noticias sobre el mundo y sobre Colombia, que han llamado recientemente nuestra atención, comento dos: una, la de que "Las emisiones de gases de efecto invernadero en 2010 fueron las mayores de la historia, lo que reduce las esperanzas de controlar el calentamiento global" BBC Mundo, Mayo 30, 2011
Esta noticia demuestra que los grandes emisores de gases de efecto invernadero del mundo no están dispuestos a transformar el modelo de desarrollo que está conduciendo a la Tierra al desastre, y que la estrategia de comprarles a "los pobres" sus cupos de contaminación, no está surtiendo ni de lejos los efectos esperados.
La otra noticia que no solamente me llama la atención, sino que me llena de vergüenza de pertenecer a la plaga, es la propuesta de una empresa australiana Nothwest Carbon de exterminar a todos los camellos salvajes de ese sub-continente como fórmula para "salvar el planeta". (Me recuerda una vez, por allá en los años 60 del siglo pasado, cuando la Alcaldía de Popayán dio vía libre para matar a todos los gallinazos que supuestamente contaminaban la ciudad, lo cual generó una vergonzosa orgía de muerte, que quedó grabada en mis recuerdos de adolescente). No voy a discutir aquí el impacto ambiental de los camellos en Australia (que sin duda alguna es alto debido al manejo que los humanos les han dado desde que los introdujeron en el siglo XIX) sino a poner en duda la validez ética y ambiental de la propuesta en mención.
La metáfora del mundo en un trozo de Bogotá
Las primeras tres fotos que ilustran este artículo fueron tomadas en la zona rural de USME, e ilustran la hipocresía con que los países industrializados, los grandes emisores de gases de efecto invernadero del mundo, están planteando el problema: efectivamente las vacas y terneros que vemos allí (al igual que los camellos australianos) contribuyen con sus flatulencias al incremento del metano atmosférico, uno de los gases que generan el calentamiento global. ¿Pero con qué "autoridad" se les puede exigir a los campesinos que supriman sus vacas, mientras a medida que avanza la mañana, va ascendiendo sobre el cielo ese telón de contaminación que le aporta la ciudad de Bogotá a la región?
¿Con qué autoridad los países desarrollados del mundo les exigen a los (eufemísticamente llamados) "países en vías de desarrollo", que asuman una mayor responsabilidad en el cambio climático, cuando ellos mismos son incapaces de comprometerse en serio con una recesión planificada, que sería la única fórmula viable para corregir el camino del cambio climático?
Para cerrar esta nota, no desperdiciemos la oportunidad para rendir un homenaje a las ovejas negras (esta de la foto también natural de Usme), que durante siglos han llevado del bulto por cuenta del carácter discriminatorio del lenguaje y del mercado, a través del cual expresamos también la ideología excluyente y temerosa de la diversidad que caracteriza a nuestra condición de plaga.