Discurso en el acto de entrega del
Premio Planeta Azul
Versión XIII - 2017 - Bucaramanga, 25 de mayo de 2017
Fotos: en el vuelo hacia Bucaramanga para la entrega del premio
Bucaramanga en el amanecer
Amanecer en Bucaramanga
Fotos: en el vuelo hacia Bucaramanga para la entrega del premio
Bucaramanga en el amanecer
Amanecer en Bucaramanga
Don
Ángel Guarnizo y yo regresábamos del Cauca de visitar dos de los proyectos que
finalmente resultaron ganadores en esta edición del Premio Planeta Azul, y
tuvimos que esperar un tiempo mucho más largo de lo previsto en Palmaseca (el
aeropuerto de Cali y Palmira), porque una tormenta eléctrica había obligado a
cerrar Eldorado en Bogotá y tenía traumatizado el tráfico aéreo en todo el
país.
Aunque
esas demoras, por supuesto, generan incomodidad, a mí francamente esta no me
molestó demasiado, porque la causa de la misma debería servir para recordarnos que,
a pesar de toda la arrogancia humana, que en gran medida se basa en nuestra
enorme capacidad tecnológica, seguimos en manos de las dinámicas primigenias de
la Naturaleza, las mismas que existen desde hace 4.500 millones de años cuando
comenzó la formación de la Tierra, ese mismo planeta del cual formamos parte y
que constituye la razón principal de este evento que nos reúne hoy aquí.
Cada
día resulta más común que una gran cantidad de esas estructuras sociales y de
esos procesos humanos que llamamos “normalidad”, se vean afectados por los
efectos de dinámicas naturales, hoy especialmente por fenómenos
hidrometeorológicos extremos, ligados a la variabilidad climática o al cambio
climático. Este momento particular de la historia de la Tierra -que no solamente
de la especie human- se caracteriza por un acoplamiento sin precedentes de
dinámicas naturales y socio-naturales (como el cambio climático), con las
dinámicas socio-políticas y económicas que de una u otra manera nos determinan
la vida a los más de 7.500 millones de seres que hoy conformamos la población
humana.
Durante
esa larga espera en Palmaseca cayó en mis manos uno de los periódicos del día,
cuya primera página reseñaba, bajo un titular a dos columnas –El cruce de advertencias entre Estados
Unidos y Corea del Norte- las amenazas de Kim Jong Un de desatar una guerra
termonuclear, a lo que el vicepresidente norteamericano manifestaba que tienen sobre
la mesa todas las opciones para responder.
La
siguiente noticia hacía referencia a la movilización de centenares de milicianos
civiles uniformados en Venezuela, para enfrentar una marcha de protesta que
para el día siguiente realizaría la oposición. Más abajo se destacaba el incremento
de las alertas por inundaciones y deslizamientos en gran parte del territorio
nacional, y el horrible asesinato de un anciano en Cleveland, que el homicida
transmitió en vivo por Facebook, luego de lo cual se suicidó.
También
hacían noticia la búsqueda de fórmulas para revertir la caída de los
indicadores económicos del comercio y la industria nacional, y el retorno de
tres miquitos pigmeos que habían sido robados una semana antes del zoológico de
Medellín y que, luego de ser recuperados, volvían sanos y salvos al que ahora
era su hogar.
Periódico
en mano, no pude pasar por alto la gran paradoja de que, de todas esas noticias
que de manera objetiva describían la situación del mundo en la escala global,
regional, nacional y local, solamente una, la protagonizada por los tres miquitos
pigmeos, podía considerarse lo que coloquialmente denominamos “una buena
noticia”: un suceso que da lugar a la esperanza y que nos aporta algo de
felicidad.
Porque
las noticias protagonizadas por humanos solamente incrementaban la certeza de
que nos encontramos en medio de las turbulencias de una crisis sin precedentes
de eso que llamamos “civilización”; de una crisis profunda que se diferencia de
las otras muchas crisis por las cuales ha pasado la humanidad, es que en esta
oportunidad la Tierra y sus componentes no humanos han decidido asumir el papel
protagónico que les corresponde por derecho propio en estos procesos de
profunda transformación, y que si no renunciamos por las buenas a nuestra
condición de plaga, están dispuestos a sacarnos del juego.
Varias
veces la intervención de las fuerzas de la Naturaleza ha decidido el resultado
de aventuras humanas de manera radical, y ha determinado con ello el curso de
la Historia. Recordemos algunas:
Una
cuando, según relata el Éxodo, el Mar Rojo “se abrió” para permitir el paso de
los israelitas liderados por Moisés, y luego se volvió a cerrar sobre el
ejército egipcio que los perseguía, suceso cuya veracidad histórica ha sido
corroborada por investigaciones arqueológicas que encontraron formaciones de
coral construidas por la Naturaleza sobre los restos de lo que pueden haber
sido varios miles de carros del ejército egipcio, junto con restos humanos y de
otros artefactos que confirman esa versión sobre ese hecho que puede haber
ocurrido alrededor del año 1.446 antes de Cristo.
Existen
además explicaciones científicas aportadas, entre otras instituciones, por el
Centro de Investigación Atmosférica (NCAR) de la Universidad de Colorado en
Estados Unidos y ratificadas por modelos de computador, que demuestran en qué
condiciones vientos continuos a alta velocidad hacen que las aguas del Mar Rojo
retrocedan -“se separen”- y generen
un corredor seco precisamente en donde encontraron los restos mencionados y
donde afirma el Éxodo que este hecho tuvo lugar.
Otras
veces, cuando el fuerte frío de los inviernos rusos intervino para frenar el
avance de distintos ejércitos que pretendieron invadir ese país: el del rey
sueco Carlos XII que, en la llamada Gran Guerra del Norte, intentó invadir a
Rusia en 1709; luego cuando la Gran Armada de Napoleón trató de hacerlo en
1812, y finalmente cuando la tentativa de invasión de Hitler a la Unión
Soviética en 1941… aunque hay quienes afirman que en este último caso el
argumento del invierno fue más una disculpa de los generales del ejército
invasor para justificar el fracaso de esa empresa, en la cual perdieron la vida
miles de hombres durante los meses que duró el intento de invasión.
Pero
volvamos al periódico que, junto con mi amigo Ángel Guarnizo aquí presente,
acompañó mi espera en el aeropuerto de Palmaseca, al terminar nuestro recorrido
por dos regiones del Cauca a finales de abril.
Ninguna
de esas “malas noticias” que ocupaban la primera página de ese periódico, a las
cuales me referí atrás, constituían hechos aislados (ni siquiera la del horrendo
asesinato en vivo ante Facebook),
sino peldaños y ejemplos de procesos que hasta el día de hoy han seguido
avanzando por los mismos caminos, sin mayores indicios de que en el corto o
mediano plazo puedan cambiar. Por el contrario, todos los días se confirma, con
hechos concretos, el dicho según el cual “no
hay situación por mala que sea que no sea susceptible de empeorar”. Ojalá
me equivoque, pero me atrevo a suponer que las noticias del periódico de mañana
no van a presentarnos un cambio significativo de la situación global, regional
y nacional.
Un
ejemplo de las noticias que han tenido lugar en el mundo después de ese día de
finales de abril, es el de la inundación por deshielo del túnel de entrada a la llamada “Bóveda del fin del mundo” o “Caja fuerte de la biodiversidad”, situada en Noruega sobre el
último tramo de tierra firme antes de llegar a los hielos del Ártico, bóveda en
la cual se guardan, supuestamente protegidas de todo tipo de desastres, muestras
de todas las semillas de las plantas de las cuales depende la alimentación de
la humanidad. Ese deshielo constituye una prueba grave e irrefutable del
impacto del calentamiento del Ártico, ese componente vital del termostato de la
Tierra. Más sobre este suceso
Aunque
también, en ese lapso, tuvimos algunas noticias felices, también protagonizadas
por animales, como la de la re-aparición en la Sierra Nevada de Santa Marta del
barbudito azul, un diminuto colibrí
colombiano que se creía extinto desde hace 70 años, porque en esas siete
décadas nadie lo había vuelto a avistar.
Es
tan compleja la situación de la crisis planetaria, cuyos efectos sentimos a
diario en distintas escalas con tan
angustiante fractalidad, y resultan tan insuficientes -cuando no tan
incoherentes- la mayoría de los esfuerzos que se están realizando y de las
decisiones que toman quienes tienen en sus manos el mango de la sartén, que no nos cabe la menor duda de que solo un
milagro, o una bandada de milagros,
podría salvar a la especie humana, de nuestra propia extinción.
Estos
párrafos podrían parecer una manifestación de pesimismo sobre el futuro de la
humanidad, de no ser porque no pasa un solo día sin que nos encontremos con nuevas
evidencias de cómo, a lo largo de los cuatro mil millones de años de existencia
que lleva sobre este planeta, la
Berraquera de la Vida ha logrado imponerse tercamente sobre las evidencias
aniquiladoras. Sí, esa Berraquera de la
Vida que, para facilitarles el trabajo a las traductoras, describí como The brave stubbornness of Life (la
valiente terquedad de la vida) en un
evento internacional en Costa Rica en el cual abordé el tema ante un auditorio en el cual muchas personas solamente hablaban inglés.
Cuando en 2015 los compañeros y compañeras del Jurado me hicieron también el honor de invitarme a llevar la palabra en su nombre en la entrega del Premio Planeta Azul ("Lecciones de sostenibilidad desde los territorios locales") destaqué allí la convicción que tengo desde hace mucho tiempo y que acabo
de mencionar, de que la situación es tan compleja para la Vida en la Tierra y
en particular para la especie humana, que solamente un milagro o una bandada de milagros nos podrá
salvar. Pero también de que, como también lo mencioné hace un momento, no pasa
un solo día sin que la Berraquera de la
Vida nos demuestre cómo se
logran esos milagros en territorios concretos y tangibles del mundo real.
La Berraquera de la Vida
Quienes tuvimos oportunidad de analizar detenidamente las 215 experiencias postuladas para esta entrega del Premio Planeta Azul, encontramos allí una cantidad enorme no solamente de la voluntad, de los ingredientes y de las condiciones necesarias para lograr los milagros, sino de milagros en plena ejecución y con resultados tangibles y concretos que nos permiten fortalecer la certidumbre de que Colombia es un territorio en el cual, muchas veces en medio de la barbarie y de la guerra, la Berraquera de la Vida se expresa de manera incontenible y con toda su fértil exuberancia y terquedad.
Río Piendamó a su paso por el Resguardo Misak de Guambía (Silvia, Cauca), donde se lleva a cabo uno de los procesos ganadores del Premio Planeta Azul
Tras
el que, sobra decirlo, fue un arduo proceso de selección, surgieron como “ganadores”
(entre comillas) los siete procesos, distribuidos en tres categorías, que se
premian hoy. Y digo “entre comillas”, porque los más ganadores -no del Premio Planeta Azul sino de la Berraquera
de la Vida-, realmente no son los procesos expresamente destacados, sino
los territorios de distintas escalas en los cuales esos procesos se llevan a
cabo, las comunidades humanas con las cuales trabajan, los ecosistemas de esos
territorios, y el país en general.
Como
también son ganadores los territorios en donde se desarrollan muchas de las
otras experiencias y procesos que se presentaron a nuestra consideración pero
que esta vez, por una u otra razón, no quedaron en la selección final.
Que
eso no los desanime porque, como bien lo saben quienes impulsan y protagonizan
esos procesos, el principal premio vital es la certeza de que están realizando
milagros cotidianos en alianza con los ecosistemas y con las comunidades, y
están demostrando en la práctica concreta que sí es posible construir nuevas
relaciones a partir de las cuales puedan surgir la paz y la felicidad integral.
Fractalidad de las piedras espejo que, como maquetas o ecos, reproducen los hitos del territorio
Toda
esta cantidad enorme de pequeños milagros locales que se postularon y se
postulan para cada edición del Premio Planeta Azul, y los que se postulan a
otros premios, y los que no se postulan a ninguno, pero que se llevan a cabo
con igual tenacidad, y de los cuales están llenos, de un extremo a otro, el
mundo, el continente americano y el país, no han logrado, sin embargo,
transformar radicalmente el camino tan desacertado por el cual avanza la
humanidad.
¿Qué
falta? Que esos milagros locales,
efectivos pero aislados, adquieran la capacidad de articularse para volar en bandada. Es decir, para lograr eso que en
el mundo de los sistemas complejos se denomina Comportamiento Emergente, y que explica cómo se puede pasar del
comportamiento “simple” de una golondrina, o de un estornino, al complejísimo
vuelo de una bandada; o del comportamiento “simple” de una hormiga a la sorprendente complejidad de un hormiguero; o del de una sardina o una anchoa al complejísimo
vuelo submarino de esa forma de inteligencia distribuida que es un cardumen de
peces.
Ese
vuelo en bandada o en cardumen es el milagro que necesitamos generar. Hoy
entendemos que el Comportamiento
Emergente no depende del liderazgo impositivo de un “macho alfa” ni de un
mecanismo o figura similar, sino del acoplamiento y la comunicación de cada
actor autónomo con los demás.
En la ECOALDEA de Fundamor (Mandivá, Santander de Quilichao), donde se desarrolla otro de los procesos que recibió el Premio Planeta Azul
Cada
una de las avecitas que verán en el video al cual los conduce el link de abajo, podría ser una de las 100 mil
millones de neuronas que poseemos en nuestros cerebros los más de 7.500
millones de seres humanos que habitamos la Tierra. O sea que lo que veremos
también podría ser una imagen de cómo surge un pensamiento en nuestros
cerebros, o de cómo pasamos en nueve meses de ser un ser unicelular conformado
por un óvulo fecundado por un espermatozoide, a ser un complejísimo ser humano,
un individuo único y particular, conformado por trillones de células.
Bandada de estorninos: un bellísimo ejemplo de los milagros que hace la Vida... La Berraquera de la Vida
Pero
así mismo, cada una de esas avecitas podría ser un proyecto como los siete que
premiamos hoy. Imaginémonos en Colombia a decenas o a centenares de procesos en
alianza con el agua y con los suelos y con el clima y con todas las expresiones
y formas de la biodiversidad, logrando el milagro de nadar en cardumen o de volar
en bandada. Sin un liderazgo único centralizador, sin renunciar ni a su
autonomía ni a sus particularidades ni a su diversidad cultural y territorial,
pero realizando de manera concreta esas transformaciones de las cuales dependerá
que las próximas generaciones colombianas puedan consolidar y formar parte de
un país en paz; de un territorio capaz de garantizarles a todos los seres
vivos, humanos y no humanos -incluida el agua, ingrediente esencial de toda
Vida- una existencia con calidad y dignidad.
Siguiendo
el ejemplo de quienes reciben hoy el Premio Planeta Azul, unámonos al vuelo en
bandada, apostémosle a la paz entre los seres humanos y a la convivencia
responsable y solidaria con la Tierra y con todas las expresiones del fenómeno
vital. Que la Berraquera de la Vida nos inspire y nos bendiga. Avancemos en paz.
Gustavo Wilches-Chaux
Sobre Comportamiento Emergente en procesos humanos encuentran varias reflexiones a partir de la página 65 del libro "El Proyecto Nasa: la construcción del Plan de Vida de un pueblo que sueña"
Sobre La Berraquera de la Vida encarnada en sobrevivientes de minas antipersona, encuentran varias reflexiones en este link
La Berraquera de la Vida en el bosque encantado de la ECOALDEA
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