domingo, agosto 06, 2006

El primer barrio de invasión en los cerros orientales

Si nos atenemos a lo que cuentan los historiadores, lo que celebramos el 6 de Agosto no es la fundación de Bogotá –pues cuando don Gonzálo Jimenez de Quesada llegó a la Sabana ya existía un asentamiento indígena bien consolidado “en dominios del cacique Bogotá”(1)- sino la fundación de Santa Fé, el primer “barrio de invasión” en los cerros orientales que le sirven de cabecera a esta ciudad.

Dice Juan Friede que inicialmente Jiménez de Quesada se estableció con sus soldados en lo que él mismo denominó “El Valle de los Alcázares”, en medio de los pobladores de ese asentamiento indígena que existía en lo que hoy son Bosa, Fontibón y Engativá. Y que fue a raiz de un incendio que destruyó los bohíos ocupados por los españoles, cuya autoría “se atribuyó a las instigaciones del cacique Sajipá”(2), que los conquistadores resolvieron reubicarse en un lugar que les ofreciera mayor protección y visibilidad sobre el territorio que se proponían dominar.

Fue así como levantaron un nuevo pueblo en el sitio llamado entonces Teusaquillo (Teusacá), situado en las faldas del cerro Guadalupe, donde hoy se encuentra la plaza del Chorro de Quevedo.(3)

Belalcázar y Federmann llegaron después.

Ese nuevo pueblo fue el origen de Santa Fe, que se diseñó según especificaciones de Sebastián de Belalcázar (el “urbanizador” de las nuevas ciudades españolas), en un terreno situado entre las fuertes pendientes del cerro de Guadalupe y las tierras inundables de las partes más bajas (4) lejos de los principales asentamientos indígenas.

“En el piedemonte de los cerros orientales no había, al parecer, asentamientos de importancia”.(5) Los muiscas sabían mejor que los españoles –y que nosotros, descendientes de ambos- a dónde podían encaramarse y a dónde no.

Así como también sabían, al igual que los zenúes de la Depresión Momposina y que muchas culturas amazónicas de hoy, cómo convivir con las dinámicas del agua, de manera que para ellos las inundaciones eran una bendición y no un desastre, como el que afectó a Soacha, a Suba, a Fontibón y a otros sectores de Bogotá, durante la pasada temporada invernal.

También relatan los historiadores que al poco tiempo de asentarse los conquistadores en los cerros, comenzaron a crecer allí barrios “informales”, asociados “desde los primeros años al trabajo de la población marginada, consistente en el abastecimiento de leña y agua, y la explotación de chircales y tejares necesaria para la construcción y para el funcionamiento de la ciudad.”

Es decir que, la invasión y el deterioro de los cerros, y la marginalización de una gran parte de la población, fueron y siguen siendo hoy procesos que avanzan de la mano, especialmente ahora cuando la migración de familias desplazadas incrementa la vulnerabilidad de todo el conjunto social.

En el siglo XVI no solamente empezaron a poblarse los cerros, sino que la presión humana sobre los mismos se comenzó a incrementar. Como bien sabemos, de allí salen la mayor parte de los materiales necesarios para la construcción de una ciudad que a principios del siglo XIX tenía 100.000 habitantes y ocupaba unas 300 hectáreas, y que hoy, un siglo largo después, tiene cerca de siete millones de habitantes y constituye el núcleo de un área metropolitana que crece sobre un territorio muchísimas veces mayor.

Gravilleras
De la “incomunicación” entre la dinámica natural de la Sabana –incluidos sus cerros, sus humedales y sus ríos- y la dinámica de las comunidades que a lo largo de estos 468 años hemos habitado y construido esta ciudad, surgen las múltiples amenazas y vulnerabilidades que nos afectan, y que dan lugar a un sinnúmero de riesgos que debemos aprender a “manejar” para evitar que se conviertan en pérdidas de vidas y costosos desastres.

Por las características naturales, socio-económicas y culturales del territorio que ocupa, Bogotá es una ciudad expuesta de manera permanente a deslizamientos, a inundaciones, a incendios forestales y estructurales, a accidentes industriales y a otros riesgos asociados a las aglomeraciones humanas. Y por supuesto, a terremotos, un fenómeno que ha afectado varias veces a Bogotá a lo largo de los más de cuatro siglos y medio que tiene de edad. Recordemos que para que un sismo de gran magnitud impacte a Bogotá, no necesariamente tiene que tener su epicentro en cercanías a la ciudad.

Deslizamiento en estrato 6 (Circunvalar con 92)
Existen testimonios de fuerte afectación en la ciudad por sismos ocurridos en 1743, 1785, 1827, 1917 y 1967, para mencionar solamente aquellos que han destruido o averiado de manera grave a la Ermita de Guadalupe, en uno de nuestros cerros tutelares. Como también hay datos sobre la fuerza con que el terremoto de Tumaco, en 1906, sacudió a Bogotá.

En Bogotá hay aproximadamente un millón y medio de unidades habitacionales, de las cuales un porcentaje muy grande –en distintos estratos- carece de características sismorresistentes. Es decir, que serían incapaces de aguantar los efectos de un terremoto de gran magnitud.

Además de eso, un terremoto podría desencadenar una serie de “amenazas concatenadas”, incluidas aquellas propias de una comunidad con problemas de ingobernabilidad derivados en gran medida de la inequidad económica y social (saqueos y otros traumatismos y disturbios), tal como sucedió en Armenia y en Calarcá después del terremoto de 1999, en Nueva Orleans con el paso del huracán Katrina y en Yucatán con el paso de Stan.

Un terremoto en Bogotá generaría más deslizamientos de los que ocurren en condiciones de “normalidad”. Más inundaciones, especialmente si los deslizamientos taponan quebradas y si se presenta durante una temporada invernal, cuando se encuentren sometidos a su máximo nivel de exigencia los jarillones o barreras que protegen a los cientos de barrios situados por debajo del nivel de ríos como el Tunjuelito, el Juan Amarillo y el Bogotá. Más incendios y accidentes industriales, especialmente ahora cuando la ciudad cuenta con una extensa red de gas domiciliario, que ofrece múltiples beneficios pero que también genera nuevas amenazas que hay que aprender a controlar. Y por supuesto, grandes traumatismos en el tráfico vehicular, en los sistemas de comunicación, en la prestación de los servicios públicos, en los lugares donde se concentra la ciudadanía (estadios, teatros, colegios, templos, etc) y, en general, en todos los aspectos de los cuales dependen la sana convivencia y el funcionamiento “normal” de una ciudad.

Las instituciones públicas del Distrito, lideradas por la Alcaldía Mayor y la Secretaría de Gobierno, y coordinadas por la DPAE (Dirección para la Prevención y Atención de Emergencias), al igual que distintas organizaciones sociales y establecimeintos educativos, y varios actores del sector privado, son concientes tanto de la posibilidad de que en cualquier momento un terremoto pueda golpear a Bogotá, como de la necesidad de que todos los habitantes de esta ciudad nos preparemos para evitar que ese terremoto se convierta en un desastre. O por lo menos, para reducir sus efectos. Como también son concientes de que en este momento esa preparación es todavía insuficiente y precaria.

Por eso, con el apoyo de Naciones Unidas, se comenzó a ejecutar en el 2005 una ESTRATEGIA PARA LA PREPARACIÓN DE BOGOTÁ PARA RESISTIR LOS EFECTOS DE UN TERREMOTO DE GRAN MAGNITUD, la cual apenas estará lista, en una primera etapa, en el año 2011 (cumpleaños 473 de la ciudad). Las sucesivas administraciones distritales deberán garantizar la continuidad de esa estrategia hasta ese año, y de allí en adelante.

Tenemos una tarea de muy largo plazo, que consiste en reestablecer poco a poco la comunicación perdida entre la dinámica de la naturaleza y nuestra concepción del desarrollo. Es decir: corregir hacia el futuro los errores que en el pasado “sembraron” nuestra vulnerabilidad.

Y una tarea de corto plazo, que consiste en adoptar desde ya una serie de medidas que nos permitan prepararnos para resistir mejor un terremoto y para reaccionar de manera adecuada si éste se llega a presentar.

Publicado en El Espectador, Agosto 6 de 2006. Página 13-B
Notas:

1.En un territorio llamado Bacatá, capital de los muiscas.

2.Friede, Juan, “La conquista del territorio y el poblamiento”, en “Nueva Historia de Colombia”-Tomo 1. (Planeta – Bogotá, 1989). Página 83. Aunque no existe el Acta correspondiente, convencionalmente se acepta el 6 de agosto de 1538 como fecha de de fundación de la ciudad.

3.Friede afirma que el nuevo pueblo se fundó con el nombre de Santa Fé. Según otras fuentes Jimenez de Quedada fundó la ciudad con el nombre de Nuestra Señora de la Esperanza y sólo en 1575 recibió oficilamente el nombre de Santa Fé de Bogotá mediante título otorgado por Felipe II. http://www.ucentral.edu.co/Admisiones/calendario.htm

4.Escovar, Alberto; Mariño, Margarita; Peña, César, “Atlas de Bogotá”. Planeta – Corporación La Candelaria, Bogotá, 2004. Página 22

5.Villegas Editores, “Cerros de Bogotá”. Bogotá, Julio 2000. Página 116

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