jueves, diciembre 26, 2013

COSTRA URBANA


Pertenecemos a una especie que cristaliza en costras

La ciudad en obra



lunes, diciembre 16, 2013

HIDRO... o algunas de las razones por las cuales apoyo a Petro


El 6 de Agosto de cada año supuestamente se celebra la Fundación de Bogotá, cuando realmente lo que se conmemora es el primer barrio de invasión a los cerros orientales

Porque lo que hizo en 1538 el doctor Gonzalo Jimenez de Quesada, ilustre abogado y ameno escritor, fue construir doce chozas (en la actual Candelaria), para trasladarse a ellas con su comitiva eclesiástica, civil y militar, luego de entrar en encendida contradicción (le quemaron la casa) con los indígenas que habitaban el lugar en donde inicialmente se habían establecido los españoles, a orillas del río Bogotá, en la que hoy se conoce como Localidad de Bosa.

Jimenez de Quesada se trasteó entonces a los cerros orientales, en donde se consideró mejor resguardado de posibles ataques de los habitantes ancestrales de la Sabana, y con ello dio comienzo a una nueva lógica de ocupación de esa fértil y elevada planicie, que fuera un gran lago (siglos después bautizado Lago de Humboldt) hasta cuando el barbudo Bochica le quitó el tapón en el Salto del Tequendama.

En distintos lugares de la Sabana existen vestigios de que allí existieron “espinas de pescado” y otras estructuras construidas por los muiscas para convivir en armonía con el agua, similares a las de los zenúes en La Depresión Momposina y en La Mojana o a las de la cultura Tiahuanaco, en el altiplano andino, por los lados del lago Titikaka. Los muiscas también fueron, a su manera, una cultura del agua.



Cuentan los estudiosos de la ecología de la Sabana, que en el lugar que hoy ocupa Bogotá existieron hasta principios del siglo XX cerca de 50 mil hectáreas de humedales, que a finales de ese mismo siglo se habían reducido a no más de 600 hectáreas.


Lo cierto es que hoy Bogotá es una enorme costra urbana con una extensión que sobrepasa las 40 mil hectáreas, de la cual formamos parte un poco más de ocho millones de habitantes… y muchos más si contamos la población de los municipios de la llamada Sabana Centro, situados todos dentro del área de más estrecha influencia de la capital colombiana.


Bajo –y muchas veces sobre- esa costra de cemento, ladrillo y pavimento, laten implacables las dinámicas del agua, en un territorio cruzado por más de 120 ríos y quebradas. Se expresan a veces de manera lenta, como sucede en los muchos sectores de Bogotá, como, precisamente, El Lago, donde los viejos edificios se ladean o se hunden con un efecto acumulado que finalmente resulta evidente. Otras veces se expresan de forma relativamente súbita, como sucedió hace precisamente dos años, en Diciembre de 2011, cuando surgió el “hoyo chupador” de la calle 98 con carrera 11.

O afloran en temporadas invernales, cuando las aguas de ríos y quebradas se desbordan, simplemente porque retoman los “dobladillos” con que antes contaban sus cauces naturales para expandirse en temporadas de lluvias, pero que luego fueron invadidos por constructores ilegales, o por urbanizadores legales… Legales con las autoridades distritales, pero ilegales con los cuerpos de agua.



En fin: todo esto para decir que lo que ha pretendido la Administración de Gustavo Petro (a quien por esa misma razón a veces preferiría llamar “Hidro”), es dar los primeros pasos hacia una nueva armonización de la ciudad de Bogotá con las dinámicas del agua. Lo expresa claramente el discutido Plan de Ordenamiento Territorial del Distrito, cuando afirma que “el agua es el eje ordenador del territorio”.

Con una característica importante: no se trata de “ordenar” el territorio en función de las prioridades y de las actividades humanas, sino de ordenar estas últimas en función de las dinámicas, posibilidades y limitaciones que establecen los ecosistemas y que gobierna el agua.

Tarde o temprano hubiera sido necesario replantear el modelo de ciudad, porque las dinámicas de las laderas, de los suelos, de los subsuelos y del agua van manifestando su inconformidad de manera cada vez más notoria, pero esa necesidad adquiere especial importancia ahora, ante los escenarios globales del cambio climático.

Forma parte también de ese nuevo modelo de ciudad con el cual se pretenden enfrentar los desafíos planetarios, la estrategia de “basura cero” que hoy ha tomado como pretexto la Procuraduría General para ordenar la destitución del Alcalde. En números redondos, Bogotá produce ocho mil toneladas diarias de desechos sólidos, de los cuales unos seis mil llegan al relleno sanitario Doña Juana. De liberar al ambiente de las otras dos mil se encargan los “recicladores”, que hasta esta administración habían venido trabajando, como en tantas otras ciudades de Colombia y del “Tercer Mundo”, en condiciones totalmente infrahumanas.


Transformar el modelo de ciudad, dignificar a grandes sectores de la población que antes eran invisibles o que se encontraban estigmatizados, redefinir la manera como se ocupa el territorio y las relaciones entre el desarrollo y el agua, no son objetivos que se alcancen de la noche a la mañana.

La adaptación de la humanidad al cambio climático no depende solamente de construir diques y muros sino, sobre todo, de adoptar y de aplicar valores fundamentales: equidad, solidaridad, reciprocidad, hospitalidad, responsabilidad… en fin, Identidad, entendida como sentido de pertenencia a ese territorio del cual uno forma parte y en el cual finalmente encontramos y le construimos sentido trascendente a la existencia cotidiana. 


Hoy por hoy no hay político latinoamericano (ni creo que del mundo) que no utilice en sus discursos términos como desarrollo sostenible, adaptación, participación o resiliencia. Pero la gran mayoría, cuando llegan al poder y tienen en sus manos la facultad de tomar decisiones, siguen actuando de la misma manera como han actuado sus antecesores, ignorando que o cambiamos por las buenas o las dinámicas de auto-sanación de la Tierra nos acaban sacando por las malas.

Petro no. Petro asumió el riesgo de ser coherente con el discurso y de tomar las medidas necesarias para que ese territorio al cual gobierna por decisión colectiva, se vaya transformando poco a poco, pero en serio, para que pueda convivir con las nuevas condiciones de este planeta cambiante.

Por eso lo apoyo.

Por eso, y porque como lo expresamos en una carta abierta que muchos colombianos y colombianas hemos enviado al Presidente de la República, “Somos conscientes de que un ambiente sano para la vida, y en particular para la vida humana, requiere de múltiples factores como la calidad del agua y del aire, la integridad y diversidad de los ecosistemas y el suelo sin contaminar, pero también de la existencia de una paz real basada en la eficacia de un Estado de Derecho cuya principal función sea la promoción y protección efectiva de los derechos de todas las personas que formamos parte del territorio nacional y que solo es posible en el marco de una construcción social democrática.”