Una de esas noticias nos cuenta sobre la aparición de un tíburón fósil de la especie Chlamydoselachus anguineus que, según la revista SEMANA, "fue cazado en la reserva marina de Shizuoka, al sur de Japón, donde murió pocas horas después."
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Los noticieros de televisión manifestaban que el animal estaba enfermo, debido a lo cual se había acercado a la superficie y a las aguas costeras, y que a pesar de los esfuerzos de los biólogos que lo captuaron, no sobrevivió.
Raro que este animal, perteneciente a una especie que no ha evolucionado en los últimos 50 millones de años y cuyo hábitat está por debajo de los mil o más metros de profundidad, suba hacia la superficie del mar porque se siente enfermo. Pero, en aras del beneficio de la duda, les vamos a creer. No tendríamos argumentos para dudar de la sindéresis o buen criterio de los biólogos japoneses.
Aunque no podemos dejar de recordar esa práctica que caracterizó a las "ciencias naturales" durante muchas décadas, y que consistía en que el requisito para estudiar a los seres vivos era matarlos primero. La misma ética patética que ponía a los niños a llevar animales vivos a las clases de biología, supuestamente para estudiarlos (léase: rajarlos vivos con un bisturí) y para que aprendieran a investigar, cuando lo único que realmente aprendían es que la especie humana se ha abrogado impunemente el derecho a disponer de la vida y de los habitats de las demás especies que comparten con nosotros la Tierra, aún de aquellas que llevan aquí muchos millones de años más que la nuestra.
La segunda noticia da cuenta del debate que se suscitó con motivo de la fallida operación de las niñas siamesas unidas por el cráneo, que murieron como consecuencia del intento de separarlas. Lo que nos parece más curioso de esta noticia son las declaraciones del cirujano Jorge Merchán, que, según el diario EL TIEMPO, lidera a los Médicos Azules (grupo de más de 500 médicos que están en contra del aborto), y que manifestó su desacuerdo en los siguientes términos: "La mortalidad de la cirugía era mucho más grave que la condición patológica. En principio, tiene que primar la vida, no la calidad de vida".
Curiosa y sorpresiva declaración que, si es como la presenta el periódico, constituye una muestra más de esa ética patética que por una parte se le atraviesa a la naturaleza (en este caso para mantener vivas a las siamesas durante un tiempo mucho mayor que el que seguramente hubieran durado sin intervención médica), pero por otra parte se rasga las batas azules porque la ciencia intenta corregir un error de la naturaleza que ella misma ha contribuido a sostener.
En fin: volviendo a la primera noticia, lo cierto es que, por una u otra razón, el pobre tiburón, cuya especie agazapada en las profundidades del mar sobrevivió a la evolución, no resistió el encuentro con nuestra "especie dominante". ¿Qué pasaría si algún dia, alguna nave extra-terrestre tripulada llegara a caer en nuestras manos llenas de "curiosidad"?
Y en cuanto a la segunda noticia, confiemos que la vida misma -o Dios: si existe- nos libre de caer en las manos y en la ética patética de esos supuestos defensores de la vida, dispuestos a condenar a dos seres humanos a una existencia totalmente dependiente y desdichada. Claro: más allá de cualquier intervención médica, la naturaleza misma hubiera tomado tarde o temprano la decisión de terminar con la vida de las niñas siamesas. ¿Pero qué argumento justificaba esperar más, si existía aunque fuera una mínima posibilidad de garantizarles calidad?