Nota: este artículo (Sept. 30, 2022) apareció en la publicación digital "Cuadernos sobre Ciudades Sostenibles - Diálogos para una Gestión Ambiental Urbana Integral" (2022) del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible - Dirección de Asuntos Ambientales, Sectorial y Urbana - DAASU
La confluencia de varios temas de la agenda pública actual, incluyendo los que forman parte del debate nacional sobre el Plan de Desarrollo 2022-2026, genera en mi una -en este caso paradójica- luz de esperanza, sobre la posibilidad de que “El Derecho a la Oscuridad” encuentre un lugar en dicho Plan. Y así mismo, que como comunidad lo incluyamos en el listado de bienes que consideramos nuestro patrimonio natural y cultural. Y por qué no decirlo explícitamente: nuestro patrimonio espiritual.
Desde
que en 1974 se expidió el Código Nacional de Recursos Naturales Renovables y de
Protección al Medio Ambiente, en su artículo 302 se estableció que “La comunidad tiene derecho a disfrutar de paisajes
urbanos y rurales que contribuyan a su bienestar físico y espiritual”. El
ejercicio de ese –El Derecho al Paisaje- se reglamentó posteriormente mediante
Decreto
1715/1978. Y luego la Ley 99 de 1993 reafirmó que “El paisaje por ser
patrimonio común deberá ser protegido”.
La principal, aunque no
la única, amenaza contra la posibilidad de ejercer ese derecho, es la
contaminación lumínica, entendida como el brillo artificial que generan en el
cielo nocturno las fuentes de iluminación que en lugar de apuntar hacia el
suelo, lo hacen directa o indirecta hacia el cielo en donde no satisfacen
ninguna necesidad real.
En el marco de la
transformación energética es necesario reducir las llamadas “ineficiencias”, o
“pérdidas” que se producen en la generación, transmisión y utilización de las
distintas formas de energía que existen en el país.
La Unidad de Planeación
Minero Energética UPME elaboró hacia finales el Gobierno anterior el llamado PROURE (Programa de Uso Racional y Eficiente de Energía), el cual con toda seguridad va a ser revisado bajo los
lineamientos del Gobierno actual.
Otro de los temas pendientes de abordar, es el del fortalecimiento del tejido de seres vivos que conforman los socio-ecosistemas, tanto en los territorios rurales como en los urbanos. Hoy existe plena certeza sobre el impacto que la contaminación lumínica tiene sobre los ciclos vitales y el comportamiento de las aves “residentes” y de las migratorias, así como de los mamíferos, insectos, ranas y otras especies anfibias. Y sobre los llamados “ciclos circadianos” de los seres humanos y por ende de nuestra salud física y emocional.
Solamente
queda espacio para dejar punteados otros dos de los temas a los cuales
puede contribuir enormemente el Derecho a la Oscuridad:
Uno,
las posibilidades que ofrecen los Cielos Estrellados para el Astroturismo como
vocación económica de los territorios que han logrado mantener sus cielos
libres de contaminación. En Colombia ya existen algunos lugares en donde esa
condición se ha podido conservar, pero que necesitan más apoyo y más “voluntad
política” para que no se vaya a perder esa oportunidad.
Invito
a ver esta entrada a mi blog, sobre El Valle del Elqui
(Chile), “Una región que vive de la poesía y las estrellas”.
Y
por último, por ahora, estamos (Gobierno y Sociedad Civil), empeñados en
encontrar sustitutos efectivos a las drogas como formas, no de escapar, sino de
conectarse de otras maneras con la realidad. Maneras distintas de encontrar el
sentido de la existencia a través del contacto con ese Cosmos que comienza en nuestras
células más profundas y que llega hasta los astros más lejanos que alcanzamos a
percibir, aun a simple vista, en una noche estrellada, ya sea en un páramo, en
un desierto, en una playa, o en un barrio de una ciudad que haya descubierto la
manera de respetar en las noches el Derecho a la Oscuridad.
El mismo a quien hace referencia este artículo
Sincronicidades sobre sincronicidades
Ver también:
"Mecánica Celeste" a lo largo de la pandemia